El 7 de España y el carbón




Las crónicas deportivas de estos días abrían con una foto de Raúl González en su presentación como nuevo jugador del Schalke 04 flanqueado por dos mineros de la cuenca alemana del Rhur.

No deja de resultar curiosa esta imagen en unos días tan convulsos para la minería europea en los que la Comisión Europea ha puesto sobre la mesa el cierre de las explotaciones mineras deficitarias en 2014.

Asturias son sus montañas, sus valles, su mar pero no se puede entender sin sus minas ni sin su siderurgia, esto es, sin su actividad industrial. La Asturias de hoy se ha sabido adaptar a los desafíos del siglo XXI que exigen modernización, tecnología, innovación y diseño pero sabiendo que el presente y futuro asturiano están ligados en buena medida al sector industrial.

Los asturianos no necesitamos abrir debates entorno a nuestra identidad nacional pero hay dos cuestiones que nos movilizan de manera singular. Las infraestructuras, cuya precariedad tanto ha lastrado nuestro desarrollo y que con gran esfuerzo inversor en estos últimos años estamos en camino de poner al día (sin renunciar a la puerta a la meseta por Ponferrada vertebrando el suroccidente) y la defensa de la industria. Somos una región a la que no le gusta vender humo, y que será siempre combativa en la defensa de las actividades productivas.

Esperemos que el 7 predecesor en la selección de nuestro guaje Villa, que tan bien conoce parte de las cuencas mineras asturianas, sirva de simbólico puente en la batalla que hemos de jugar las regiones carboníferas europeas en defensa de una fuente de energía que con sus imprescindibles actualizaciones, sobre todo en materia medioambiental, debe continuar siendo una fuente energética importante en Europa.

Mi primera vez en el soñado túnel del Rañadoiro

Me embargó la emoción al ver desnuda frente a mí a la más hermosa naturaleza, de curvas inigualables, y lloré pensando en el tantas veces engañoso binomio distancia-tiempo y en su caprichosa proporcionalidad.

Hay pequeñas distancias esenciales y medibles en centímetros que tardamos años en recorrer... Dos enamorados que finalmente se unen han necesitado tantas veces largos cortejos, enormes dispendios y cientos de poemas para convertir en transitables los senderos infinitamente infinitesimales del amor. Así es la vida, tan paradójica... recorremos enormes distancias en aviones supersónicos para citarnos en una terraza de Venecia con la mujer más bella y asumimos con estoicismo tardar incluso años en recorrer los pocos centímetros que separan nuestros labios.

En esta cuestión de dos, hoy era un día especial para el suroccidente de Asturias y para Asturias. Valoré (para disfrutar plenamente) sin rencor, sin olvido y con agradecimiento lo que hoy la Naturaleza y el buen hacer político me entregaban.

Desde el encantador primer guiño de ojo y hasta que las tuneladoras despojaron a la montaña de su último velo venía intuyendo lo especial que sería mi primera vez. Hice oídos sordos a los discursos agoreros de quienes vaticinaban el fracaso de las primeras experiencias.

Y así me la encontré nada más salir del pueblo de Rengos, radiante, sensualmente tumbada, al fin plena y voluntariamente doblegada y vencida, con sus piernas entreabiertas y con las rodillas flexionadas. Y allí en el fondo del valle que formaban las dos montañas, todas las señales me indicaban un único punto, confluencia de todos los puntos de fuga, un lugar más frondoso de vegetación más densa, una estrella caída en medio del, hasta ese día, angosto y soñado paraíso de frutas prohibidas.

Me acerqué despacito, con cuidado extremo en los prolegómenos. Y con decisión fui introduciéndome en el soñado túnel sin problemas, casi como si lo hubiera hecho toda la vida. Habían sido tantas mis ensoñaciones, durante años, que me había imaginado una y mil veces descubriendo sus recovecos más profundos. ¿Habría pinturas rupestres, estalagmitas y estalactitas, pliegues, acaso ríos internos, o acaso un volcán de lava a punto de estallar...? ¿Habría manantiales? ¿Habría luz en aquella oscuridad? ¿Peligroso o inocuo? ¿Hallaría quizá vestigios de mis antepasados, quizás otras cuevas interconectadas con la esencia de mi ADN? ¿Sentiría calor o frío, temperaturas cálidas o extremas, necesitaría ropa de invierno o de verano?? ¿Sería placentero o doloroso transitarlo?

Al abrigo de aquel primer calor dejé de pensar y dejé de conducir mis pensamientos. Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento sagrado, balanceándome en las ligeras curvas que por primera vez recorría. Cerré mis ojos a la luz del día y abrí mi alma a la luz divina.

Fueron apenas 5 minutos para recorrer a conciencia 2.000 metros inolvidables segundo a segundo. Pasó por mi mente un tráiler resumen de la vida de todas las generaciones que me habían precedido. Múltiples historias y anécdotas que visualicé mías mezcladas con recuerdos de mi infancia. Es como si desde Rengos a Larón ese diámetro de roca excavada fuesen los crecimientos de un gran árbol que llevase impreso anillo a anillo, año a año, la historia milenaria del concejo de Cangas del Narcea.

Quisiera compartir con todos ustedes algunos flashes inconexamente coherentes de esa película imaginaria... El traqueteo de un viaje en Land Rover a Larón y la Villiella en el duro invierno, la vertebración de las zonas rurales con la adecuación de caminos y pistas gracias al aprovechamiento sostenible tradicional de la madera, las 67 toneladas de maderas hoy en muebles inmortales del prao de Montero, la imagen de mi padre con 20 años caminando aquellos montes con un diferencial de la averiada carroceta al hombro seguida de la imagen de tantos hombres arrimando su hombro para cargar con sus palancas una rolla de castaño con destino Valencia. Un carterín rural que tres veces por semana cruzaba a pie el Rañadoiro cuando aún no estaba hecho ni el pequeño túnel con rebaño de vacas de serie de la cima. Vino a mi mente una suerte de «Cangueses por el Mundo» protagonizado por aquellos que peregrinaban a emplearse como honrados serenos, esforzados aguadores y ya en mis tiempos recientes estudiantes universitarios, vigilantes jurados y camareros.

Camiones con los frutos del minero entre nieblas, tantos inviernos, tanto gasoil extra... tantos cuerpos prematuramente incinerados, tantos siniestros totales que mi padre sacó con la grúa maderera del camión y los winches de las carrocetas antes de que existiesen los seguros de accidentes. Tantas penalidades, tantos esfuerzos de tantas personas capaces sin los frutos que su talento merecía, tantas vidas ejemplo de sostenibilidad, algunas bien recientes, aplastadas por la implacable marginación del suroccidente asturiano. Empresas sin grandes rentabilidades pero con grandes logros anónimos de quienes cultivan valores que han modificado a cámara lenta la imagen del carro de Posada de Rengos, que ya avanzado el siglo XX iba a cargar grano en Bembibre o en Omaña... Ese carro que antes de regresar a casa una semana más tarde dejaba más de la mitad del grano al señor feudal que les tenía arrendadas las fincas... Ese mismo carro que alquilaba un par de bueyes extras en Toreno para poder subir el alto del Rodanillo.

Y ya en el último tramo una sucesión de infinitos bustos tallados en piedra con las caras de los grandes hombres y mujeres que sonrieron ante las dificultades, brindaron con buenos vinos de Cangas y que tendrán para siempre en esta montaña excavada su pequeño museo.

Empecé a ver una luz al final del túnel... y de repente me sorprendió una gran explosión de belleza. Llegué al éxtasis, a la petite morte, a la última máquina de barrenos de la descarga cuando al salir de nuevo a la luz mis cinco sentidos y mi alma se llenaron con la inconmensurable postal del pueblo de Larón y de las montañas de su fondo.

Recordaré siempre que el día 5 de enero de 2010 fue mi puesta de largo, mi mayoría de edad, mi primer orgasmo como generación asturiana suroccidental que toma las riendas del trabajo y que pretende restaurar el tremendo error histórico que ha impedido a la legítima Puerta de Asturias ejercer como tal demasiados años.

Habrá entre ustedes quienes me tachen de exagerado al leer que lloré de emoción cuando por vez primera penetré el túnel del Rañadoiro. Y más cuando les cuentan que hubo muchos cangueses relevantemente irrelevantes que prefirieron perpetuarse en su estado de inactividad crítica. Allá ellos.

Yo también he experimentado muchas veces los pequeños placeres propios del onanismo del solitario, del incomprendido y del marginado al arrullo de los más bellos parajes naturales de Asturias... Muniellos, El Acebo, las fuentes del Narcea, todas y cada una de nuestras aldeas y tantas otras apetitosas manzanas por recoger.

Sin embargo fue el día de Reyes de 2010 cuando descubrí que el interior del túnel del Rañadoiro contenía la adictiva belleza que había encandilado a mi padre, a mis abuelos, a mis bisabuelos cuando con gran sacrificio trazaron la actual carretera, cuando la asfaltaron, cuando la recorrieron por primera vez con un carro tirado por bueyes que precedió al primer automóvil Ford T, cuando colocaron vallas y postes reflectantes para que la niebla y la nieve no doblegase su voluntad de trabajo.

A diferencia de éxtasis anteriores, hoy era la primera vez que le hacía el amor a una montaña. Y mi primera vez colmó todas mis expectativas.

Aparqué mi coche en el mirador y descubrí sin complejos que me gustaba mucho la relajada belleza de Asturias vestida de Armani para la portada de «Vogue». Saqué del paquete el último cigarrillo, aquel que estaba dado la vuelta en señal de buena suerte. Cuando me disponía a encenderlo agaché la cabeza y vi cómo salía incienso por la chimenea de Casa Macera. El momento sagrado se prolongaba en silencio diez minutos y pensé que el humo de la leña de la estufa y del horno de amasar pan debía ser la única fumata blanca que merecía aquel instante. Recogí del suelo el paquete de tabaco que instintivamente había tirado, lo reciclé y volví a guardar invertido mi cigarrillo de la suerte.

Di la vuelta a mi coche y volví a sumergirme en el túnel del Rañadoiro otras 12 veces ese mismo día... hasta que agotado descubrí que la postal de Larón había cambiado su telón de bosques por el de estrellas y grillos.

Estimados asturianos, antepasados, autoridades y personal de a pie de obra, agradecemos vuestra inestimable colaboración en este cortejo a la sierra del Rañadoiro. Gracias de corazón. Hemos abierto la Puerta del Rañadoiro, la Puerta de Asturias y la Puerta del Paraíso para su disfrute. Libérense de prejuicios vecinos y foráneos, háganla suya y disfrútenla. Simplemente le pedimos que la ame, la respete y la cuide con una única restricción: por favor... no fume.

Los Reyes Magos nos regalan la apertura del túnel

Ayer mientras mi familia y amigos festejaban la apertura al tráfico del túnel del Rañadoiro me encontraba camino de Bruselas. La casualidad quiso que la llamada de mi madre que me anunciaba que el túnel ya estaba inaugurado me pillara en Irún, ciudad limítrofe por excelencia de la geografía española y paradigma de la comunicación que tanto añoramos.

He sentido no estar en el acto pero me reconforta pensar que los míos estaban allí dando testimonio de un momento histórico para el suroccidente asturiano. Me entere por la prensa que algunos no tenían pensado asistir por estar en desacuerdo con que el acto tuviese lugar en Degaña. Con todo respeto opino que era de justicia que fuese allí pues han sido los grandes defensores de la obra. Vaya mi reconocimiento desde aqui a Jaime y a Victor, alcalde y teniente alcalde de Degaña que han sabido aparcar sus diferencias ideológicas en beneficio de los ciudadanos que representan.

Hoy es día de alegría y de olvidar que ha habido personas que no han apostado por esta vía de comunicación y de agradecer a quienes como el Presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces y al Consejero de Infraestructuras Francisco González Buendía han visto en este túnel una parte de un eje de comunicación como es Oviedo-Ponferrada que va a poner en valor las partes más desconocidas de Asturias y León.

En este empeño les ayudaremos y alentaremos personas anónimas que de buena fe, como un servidor, entendemos que el futuro del medio rural depende de las personas que allí lo habitan y de las posibilidades que tengan de competir en igualdad con sus productos y servicios.